Cancún es una urbe como pocas, construida a base de historias diversas que convergen en una ciudad caótica a ratos y paradisiaca otros tantos, una metrópoli que lucha constantemente entre su falta de identidad y su insistencia en que sus múltiples identidades son su sello, pero pese a ello, algo es seguro, en ella, podemos encontrar grandes historias que la mayoría del tiempo pasan desapercibidas por este andar tan demencial que caracteriza a sus ciudadanos que de vez en vez, logran encontrar espacios de completa tranquilidad.
Uno podría pensar en la playa como este espacio de paz, sin embargo, estimado lector, para aquel que escribe estas líneas, esa tranquilidad, esa crisálida que le permite pensar en la vida y ordenar sus ideas, se encuentra en una taquería que a la fecha, sigue sin nombre, pues la plática en ella es tan amena, perfecta para maridarla con una deliciosa quesadilla de pastor o unos tacos de tripa, que siempre se le olvida al comensal preguntar por el título que debería llevar este puesto rojo, sobre la avenida Portillo. De lunes a sábado podrás circular sobre la avenida Portillo, a la altura de la región 100, casí frente al Telebodega, esa tienda que alguna vez tuvo como imagen oficial a la que hoy es la gobernadora del Estado, y justo ahí, encontrarás este puesto rojo, donde te atenderá un longevo matrimonio, con una soltura que te hará sentir que los conoces desde siempre.
Ying y yang
En un principio, el taquero fue el esposo de esta mancuerna, mientras su esposa se dedicaba a cobrar por los deliciosos platillos que se colocaban en tu plato, hoy, los papeles se han invertido, la culpable, la artritis que quitó destreza en el manejo de la espátula, pero que a la fecha, aún le permite recepcionar los billetes y monedas que los satisfechos comensales entregan en este trueque capitalista. Él, siempre con una sonrisa, te da la bienvenida a su puesto y no importa si vives a la vuelta o a varios kilómetros de distancia, siempre recibiras un “vecino, buenas noches, qué se le ofrece, qué le podemos servir, tenemos tortas, taquitos y quesadillas”. Este taquero, ahora cajero, que igual puede hablarte español, inglés, francés o ruso, este el último lenguaje que aprendió en su andar por la hotelería de Cancún, antes que lo considerarán un elemento desplazable -que basta con platicar con él lo que te dura un taco, para describir, y confirmar, el cúmulo de conocimiento y profesionalismo que dejaron escapar-. A pesar del cambio de roles, la sazón es la misma, como si su matrimonio estuviera tan amalgamado que da igual quien cocina y quien cobra, la buena plática y el buen sabor nunca faltarán.Sumando
A esta dinámica se ha sumado su hijo, que en conjunto, hacen una trinidad que te dejará un buen sabor de boca, en un espacio en el cual puedes discernir tus ideas o bien olvidarte de tus problemas, pues qué sería de un buen taco sin un buen servicio y una deliciosa plática, en esencia, tienes un espacio para degustar, pensar e intercambiar ideas sin pagar extra. Mientras las ideas vuelan de un lado a otro encontrando puerto seguro, puedes sentir el olor de la carne al pastor, de la carne asada, del chorizito frito o bien de la tripita doradita o el suadero que te transporta a “chilangolandia”. Y si resulta que llegas con hambre pero sin ideas, siempre encontrarás, lo que este taquero llama su programa favorito, ADN 40 con Hannia Novell, y podrás enterarte de la noticia del momento y comentarla, sin prejuicios pero sí con mucha retroalimentación, mientras bañas la carne de tu taco con una rica salsita verde ligera o bien una picosita salsa roja, en fin, en este rincón de Cancún tienes un espacio listo para recibirte, para consentirte y para distraerte de la ajetreada vida de este paraíso, y ustedes, ¿Ya pidieron sus taquitos con todo?
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