Por Oskar Mijangos |
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Hay pocas cosas tan mexicanas como el bolillo. Ese pan de batalla, firme y confiable, ha sido nuestro compañero en días de fiesta, mañanas apresuradas y, por supuesto, en momentos de pánico. Pero, en esta dualidad tan nuestra, surge una pregunta que trasciende lo culinario y lo emocional: ¿el bolillo está mejor como acompañante de un tamal o como remedio infalible para el susto?
El bolillo del tamalero
No hay nada más emblemático que el tamal en bolillo, también conocido como la "guajolota". Es un acto de resistencia gastronómica, un desafío directo al concepto de dieta y, sobre todo, una declaración de amor al carbohidrato. Piénselo: no hay desayuno más práctico. Todo lo que necesita está ahí, envuelto en una telera que, si está bien horneada, le da al tamal un abrazo que equilibra la suavidad con la firmeza. Cada mordida es un recordatorio de por qué México es el campeón mundial de combinar alimentos que, en teoría, no deberían ir juntos.
El bolillo del susto
Luego tenemos el bolillo para el susto. Una práctica que, siendo honestos, es más terapia emocional que remedio médico. Porque, ¿qué hace realmente un bolillo frente al escalofrío de ver que el carro casi no frena, de escuchar "¡lo van a correr!" o de descubrir que el INE se quedó en casa? Nada científico, claro. Pero el acto de masticarlo, de apretarlo entre los dedos y sentir cómo ese panecito tan simple acompaña el caos mental, tiene algo profundamente reconfortante. Como si el bolillo dijera: “Tranquilo, estoy aquí, y todo va a estar bien”.
El dilema existencial del bolillo
Entonces, ¿para qué es mejor? Podríamos entrar en debates filosóficos sobre la naturaleza del bolillo como símbolo de nuestra resiliencia o disertar sobre su capacidad de adaptarse a escenarios tan diversos. Pero tal vez, en lugar de decidir, deberíamos celebrarlo. El bolillo es lo que necesitamos que sea: pan para el susto cuando la vida nos toma desprevenidos, y hogar para el tamal cuando queremos un festín que desafíe las reglas.
Al final del día, el bolillo es ese amigo que siempre está dispuesto a ser lo que se necesite, ya sea consuelo en un momento de angustia o la base de una comida que hace feliz al alma (y al estómago). Así que, la próxima vez que compre uno, hágalo con gratitud. Nunca sabe si será el protagonista de su próxima "guajolota" o su terapeuta en la próxima crisis.
Oskar Mijangos, CEO de MX Vive, comunicador apasionado con más de 15 años de experiencia