Por Oskar Mijangos |
Hay una verdad incómoda que, para muchos hombres, parece difícil de aceptar: no podemos ser feministas. Por más "aliados" que queramos ser, el feminismo es un movimiento que surge y se nutre de la experiencia de las mujeres en su lucha por la igualdad. En el momento en que los hombres intentamos ocupar ese espacio, corremos el riesgo de desplazar las voces que realmente importan. Nuestro lugar no está al frente del feminismo, sino apoyándolo desde la trinchera que nos corresponde, que es cuestionar nuestras propias masculinidades.
El problema radica en nuestra formación como hombres en un sistema patriarcal que nos educa para dominar, competir y callar cualquier vulnerabilidad. Crecimos aprendiendo que “los hombres no lloran” y que ser fuerte equivale a ser insensible. Desde ahí, replicamos actitudes y prácticas que sostienen estructuras violentas, muchas veces sin darnos cuenta. Pero nuestra responsabilidad no está en etiquetarnos como feministas, sino en transformar esa masculinidad tóxica que tanto daño hace a otros y a nosotros mismos.
Combatir la violencia de género empieza por mirar hacia adentro. Preguntarnos cómo hemos sido cómplices, ya sea por acción o por silencio. Reflexionar sobre las veces que justificamos chistes misóginos, callamos frente a un amigo violento o asumimos que las labores del hogar no son cosa nuestra. Ese ejercicio incómodo de autocrítica es el primer paso para desmontar los privilegios que nos otorga el patriarcado y que sostenemos a costa de las mujeres.
Esto no significa que debamos quedarnos de brazos cruzados frente a la violencia de género. Al contrario, implica que asumamos nuestra parte del trabajo en espacios exclusivamente masculinos: confrontar a otros hombres, crear grupos reflexivos, educarnos sobre el consentimiento y modelar nuevas formas de ser hombre. No podemos cargar con la bandera del feminismo, pero sí con la responsabilidad de cambiar nuestras prácticas y dinámicas, desde nuestras relaciones más íntimas hasta nuestra participación en sociedad.
En este proceso, debemos escuchar a las mujeres, no como quien busca aprobación, sino como quien quiere aprender. Entender que ser aliado no significa protagonismo, sino humildad para acompañar sin eclipsar. La lucha contra la violencia de género es colectiva, pero para que funcione, los hombres debemos empezar por cuestionarnos quiénes somos, qué hacemos y cómo podemos desarmar el patriarcado desde dentro. Porque el feminismo no nos necesita en sus filas; nos necesita responsables de nuestras propias batallas.
Oskar Mijangos, CEO de MX Vive, comunicador apasionado con más de 15 años de experiencia