Imaginen este escenario: un 28 de diciembre del futuro, abrimos los ojos y nos encontramos con titulares que afirman casos de violencia de género. La indignación nos invade, pero al llegar al final de la nota, descubrimos el clásico: “Feliz Día de los Inocentes”. Suspiramos aliviados porque sabemos que en este mundo ideal, la violencia de género es algo tan ajeno, tan impensable, que sólo puede ser objeto de una broma absurda.
Sin embargo, la realidad en la que vivimos nos demuestra lo lejos que estamos de esa utopía. Hoy, los titulares no son chistes, las denuncias no son ficticias, y las lágrimas de las víctimas no son parte de una mala broma. La violencia de género sigue siendo una realidad cotidiana, sostenida por estructuras patriarcales que se niegan a ceder. Y ahí es donde entran las masculinidades sanas, no como un concepto aspiracional, sino como una herramienta urgente para transformar esta realidad.
Hablar de masculinidades sanas no es romantizar un ideal, es asumir la responsabilidad de cuestionar lo que hemos aprendido. Es entender que ser hombre no significa dominar, controlar o silenciar. Significa acompañar, escuchar, reflexionar y, sobre todo, deconstruir. No es un camino fácil; la caja de la masculinidad hegemónica está bien cerrada, pero las grietas comienzan a abrirse.
La violencia de género no desaparecerá sólo con campañas, leyes o marchas (aunque todas son fundamentales). Necesitamos hombres dispuestos a mirarse al espejo, a reconocer sus privilegios y a cambiar sus dinámicas cotidianas. Esto no es una batalla contra el hombre; es una batalla contra un sistema que nos obliga a ejercer violencia para validar nuestra identidad.
En ese futuro donde la violencia de género es sólo una ilusión del Día de los Inocentes, los hombres ya no temerán mostrar vulnerabilidad, porque sabrán que su valor no depende de ser invencibles. En ese mundo, los chistes machistas no tendrán eco porque nadie los entenderá. Las mujeres caminarán libres, sin miedo a ser seguidas o acosadas. Las relaciones serán horizontales, basadas en respeto mutuo y equidad.
La verdadera meta, como bien sabemos, es que no haya violencia de género, ni siquiera como broma. Pero para llegar ahí, necesitamos construir una sociedad donde el machismo no sea una broma recurrente, sino una aberración del pasado. Cada reflexión, cada conversación, cada decisión consciente suma en este camino. Porque si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo hará?
Así que, este 28 de diciembre, mientras algunos se ríen con bromas ligeras, recordemos que la utopía no está en la broma, sino en el esfuerzo colectivo. Porque el verdadero chiste sería pensar que podemos lograrlo sin cambiar desde lo más profundo de nosotros mismos.