Por Rubén Urrutiamendi |
El informe del INEGI sobre el Producto Interno Bruto (PIB) 2023 y el Valor Agregado Bruto (VAB) en México nos revela un país que es una paradoja en movimiento. Siete entidades federativas —Ciudad de México, Estado de México, Nuevo León, Jalisco, Guanajuato, Veracruz y Baja California— generaron más de la mitad de los 31.9 billones de pesos que conformaron el PIB nacional. Sin embargo, aquí radica un problema estructural: las cifras nos cuentan una historia de concentración económica que, lejos de beneficiar al país entero, perpetúa brechas y desigualdades que siguen siendo nuestro talón de Aquiles.
Por un lado, las cifras son un aplauso para algunos estados. La Ciudad de México, como era de esperarse, sigue siendo la locomotora económica del país, aportando el 14.8 % del PIB con un avance del 4.3 %. Aún así, este crecimiento queda eclipsado por Quintana Roo, que, con un aumento del 13.2 %, encabeza la lista de estados con mayor dinamismo económico. Claro, aquí la comparación es casi absurda: mientras el PIB de la capital asciende a 4.7 billones de pesos, el de Quintana Roo apenas supera los 509 mil millones. Es decir, su crecimiento es tan notable como su impacto limitado en el total nacional.
Esto expone un reto crítico: los estados que más crecen no son necesariamente los que más aportan, y los que más aportan no siempre son los que más crecen. Aquí está el gran elefante en la sala de la política económica: México no tiene un plan coherente para redistribuir el desarrollo económico ni para cerrar estas brechas de productividad. Dependemos de los mismos jugadores año tras año, mientras otros, con un enorme potencial, quedan relegados al margen del tablero.
El reporte también deja entrever nuestra dependencia del sector terciario, que representó el 61.4 % del VAB total, con la Ciudad de México liderando con un 21.4 %. Pero esto no es una medalla de oro, sino una advertencia. Vivimos en un país donde gran parte de la economía está basada en servicios, muchos de ellos informales, mientras las actividades industriales y agropecuarias, aunque importantes, no reciben el impulso necesario para competir globalmente.
En el sector industrial, Nuevo León lleva la batuta con el 9.8 % del VAB, y su cercanía con Estados Unidos le otorga una posición privilegiada. Sin embargo, ¿cuántas veces más vamos a repetir esta narrativa sin preguntarnos por qué otras regiones, como el sur del país, no logran despegar? Y no, no me refiero a tirar dinero en programas asistencialistas que apenas sirven para paliar la pobreza. Hablo de infraestructura, incentivos fiscales reales y una política industrial seria.
El caso del sector primario es otra señal de alarma. Jalisco, Michoacán, Chihuahua y Veracruz lideran, pero entre todos apenas suman 1.2 billones de pesos. En un mundo donde la seguridad alimentaria es cada vez más estratégica, México parece jugar con las cartas equivocadas. No faltará quien diga que este es un tema de competitividad internacional o de precios globales, pero la realidad es más cruda: simplemente no hay una visión a largo plazo para el campo mexicano.
¿Entonces, qué hacemos? La solución no es sencilla, pero tampoco imposible. México necesita un federalismo económico más robusto, que permita a los estados con mayor dinamismo económico transferir conocimiento y capacidades a los que tienen potencial sin explotar. Es tiempo de que el gobierno deje de ser un árbitro pasivo y se convierta en un verdadero facilitador del desarrollo económico regional.
Porque al final, si no somos capaces de transformar estos datos en acciones concretas, seguiremos siendo un país que aplaude sus éxitos con una mano mientras con la otra intenta tapar el abismo de sus desigualdades. Un país que presume cifras macroeconómicas mientras millones de personas viven realidades microeconómicas llenas de carencias.
La diversidad económica de México no es una debilidad, es nuestra mayor fortaleza. Sólo falta aprender a capitalizarla. ¿Lo lograremos? Ojalá que sí. Pero como diría un clásico de los negocios: “La esperanza no es una estrategia”.