Por Oskar Mijangos |
Una tarde cualquiera, el sonido de un claxon seguido de un grito grosero en la calle me recordó algo inquietante: entre hombres, la violencia no es solo un acto, es un idioma. Pero, ¿cómo llegamos a un punto en el que el enojo y la agresión son las palabras que aprendemos a usar para comunicarnos?
Desde pequeños, a los hombres se nos enseña que la vulnerabilidad es una debilidad, que el dolor debe ocultarse y que el respeto se gana con fuerza, no con entendimiento. No es casualidad que, cuando un niño llora, se le diga que “parece niña”, como si sentir fuera un atributo exclusivamente femenino. En ese momento, sin darnos cuenta, comienza el entrenamiento: aprendemos a sustituir el llanto con golpes, el miedo con gritos y la tristeza con un silencio envenenado por el enojo.
La violencia, entonces, no es natural, es aprendida. Forma parte de una herencia cultural en la que nos convertimos en "hombres de verdad" a través de la dominación. Y esto no solo ocurre en los espacios obvios como el trabajo o el deporte, sino en lo cotidiano. Es ese lenguaje que usamos para responder a las frustraciones: desde los insultos en el tráfico hasta los empujones en el fútbol o las bromas agresivas entre amigos. Lo que parece inofensivo es, en realidad, un ecosistema donde la violencia se normaliza y hasta se celebra.
Pero el costo de hablar en este idioma es alto. Nos convierte en personas incompletas, incapaces de expresar emociones fuera del enojo. La ira se convierte en el traductor de todos nuestros sentimientos, y en el proceso, nos desconectamos no solo de los demás, sino también de nosotros mismos. No sabemos pedir ayuda, no sabemos llorar frente a nuestros amigos, y mucho menos sabemos decir “me siento solo” sin el miedo a ser juzgados.
Hacer las paces con nuestra masculinidad no significa renunciar a ser hombres; significa reaprender cómo serlo. Si podemos identificar que la violencia es solo un disfraz de emociones no expresadas, tenemos la oportunidad de cambiar el guion. Hablar con ternura, empatía y vulnerabilidad no nos hace menos hombres, nos hace más humanos. Es urgente que nos atrevamos a cuestionar las reglas que nos imponen desde niños y a construir un nuevo vocabulario emocional.
Porque cuando dejamos de hablar con el lenguaje de la violencia, nos damos cuenta de que existe algo mucho más poderoso: la capacidad de conectar, de sanar y de ser escuchados, tal y como somos. El cambio comienza con algo tan sencillo como esto: aprender a hablar, no desde el enojo, sino desde el corazón. ¿Te atreves a intentarlo?
Oskar Mijangos, CEO de MX Vive, comunicador apasionado con más de 15 años de experiencia