Por Oskar Mijangos |
Esta regla no escrita (o tal vez dictada por alguna abuela omnipotente) parece haberse convertido en ley universal: no canto, no pozole. Pero, ¿qué tan cierto es este castigo divino disfrazado de tradición? Es hora de reflexionar sobre este extraño vínculo entre entonar "pedimos posada" y ganarse un lugar junto a la olla de tamales.
Primero, recordemos que la Novena no es cualquier cosa. Es un evento cargado de ritual, en el que hasta el más desafinado tiene que sacar su alma de mariachi frustrado. Aquí no hay lugar para la timidez ni para el “yo paso”. Todos somos estrellas de un karaoke improvisado con partituras del siglo XVII. Y si alguien se rehúsa a participar, inmediatamente se le etiqueta como el Grinch de la velada, digno de ser ignorado en la repartición del champurrado.
El chantaje emocional es, por supuesto, parte del paquete. ¿Cómo olvidar a la tía Lupita mirando fijamente al sobrino callado mientras lanza el clásico: “Ay, si no cantas, ¿cómo quieres que Dios te escuche?” Claro, porque en su lógica celestial, la Divina Providencia tiene un playlist y no tolera rezagados. Y ni hablar del primo extrovertido que lleva todo al extremo y decide montar un espectáculo digno de La Academia en pleno patio, sólo para garantizar su doble porción de buñuelos.
Pero la pregunta clave es: ¿Es moralmente correcto condicionar el platillo a la calidad vocal o entusiasmo del individuo? Porque, seamos francos, no todos nacimos con el don de la afinación. Algunos apenas alcanzamos a susurrar la primera línea sin que nos falte el aire. Sin embargo, ¿no debería la posada ser un acto de comunión y buena voluntad, no una audición de La Voz México?
La verdad detrás de esta tradición es que no se trata realmente de castigar a los tímidos, sino de celebrar la participación colectiva. El verdadero espíritu de la Novena radica en compartir, en soltar la pena y recordar que hasta el que desafina contribuye a la magia del momento. Aunque claro, si alguien insiste en quedarse callado por pura apatía, pues que no se sorprenda si su plato de tamales llega con un poco menos de salsa.
Así que ya lo sabes: en la próxima posada, canta, aunque sea bajito, aunque desafines, aunque olvides la letra y termines improvisando en latín. Porque al final, el platillo no sólo se gana con la voz, sino con la intención de ser parte de algo más grande. Y, de paso, recuerda: el que no canta, no cena... pero al menos puede lavar los platos.
Oskar Mijangos, CEO de MX Vive, comunicador apasionado con más de 15 años de experiencia