Trump y su cruzada religiosa: la Casa Blanca abre sus puertas a la fe


En un salón repleto de figuras políticas y líderes religiosos, Donald Trump tomó el micrófono con la seguridad de quien se sabe respaldado. El Desayuno Nacional de Oración, un evento que históricamente busca la unidad, se convirtió en el escenario donde el presidente de Estados Unidos lanzó su más reciente ofensiva política: la creación de una Oficina de Fe en la Casa Blanca y una comisión para la defensa de la libertad religiosa.

Trump no tardó en establecer el tono de su discurso. Con voz firme y gestos ensayados, anunció que la fiscal general, Pam Bondi, encabezará un grupo de trabajo para erradicar lo que él llama una "persecución anti-cristiana" dentro del gobierno federal. “Vamos a defender los derechos de los cristianos como nunca antes se ha hecho”, proclamó, dirigiéndose a una audiencia que aplaudía con fervor.

La mención de las agencias gubernamentales supuestamente involucradas en la discriminación—el Departamento de Justicia, el FBI y el Servicio de Impuestos Internos (IRS)—no pasó desapercibida. Trump ha acusado repetidamente a estas instituciones de operar con sesgo ideológico, aunque sin presentar evidencia concreta.

Pero más allá de la política, el presidente ha hecho de su propia narrativa un vehículo para conectar con su base. Desde los intentos de asesinato que sufrió el año pasado, se ha referido a su supervivencia como un acto divino. “Dios me salvó por una razón”, ha dicho en reiteradas ocasiones, una frase que ha calado hondo entre el electorado evangélico que lo ve no solo como líder, sino como un elegido.

El anuncio de la Oficina de Fe, liderada por la pastora Paula White, su asesora espiritual de confianza, refuerza la alianza entre Trump y la comunidad cristiana conservadora. No es la primera vez que lo hace: ya en su primer mandato estableció un espacio similar y rodeó su administración de figuras religiosas que lo han respaldado en los momentos más críticos.

Sin embargo, la medida no ha estado exenta de polémica. Los defensores de la separación entre Iglesia y Estado advierten sobre las implicaciones constitucionales de esta iniciativa. La Primera Enmienda de la Constitución estadounidense impide la promoción de una religión sobre otra desde el aparato gubernamental, y críticos señalan que este tipo de políticas podrían abrir la puerta a favoritismos institucionales.

Para la oposición, esto no es más que una estrategia de campaña disfrazada de fe. Para sus seguidores, en cambio, es una señal clara de que Trump está dispuesto a enfrentar lo que él llama "la guerra contra el cristianismo" en Estados Unidos. Sea cual sea la interpretación, una cosa es segura: la religión será un pilar central en su narrativa política de cara a las próximas elecciones.

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